(Alejandro Lerroux García)
Político español (La Rambla, Córdoba, 1864 - Madrid, 1949). Militó desde joven
en las filas del republicanismo radical, como seguidor de Ruiz Zorrilla.
Practicó un estilo periodístico demagógico y agresivo en las diversas publicaciones
que dirigió (El País, El Progreso, El Intransigente y El Radical). Su discurso
populista y anticlerical, así como la intervención en diversas campañas contra
los gobiernos de la Restauración, le hicieron muy popular en los medios obreros
de Barcelona, que acabaron constituyendo la base de un electorado fiel.
Fue elegido
diputado por primera vez en 1901; y de nuevo en 1903 y 1905, en las
candidaturas de la Unión Republicana que había contribuido a formar junto con
Nicolás Salmerón. La defección de éste hacia la coalición Solidaridad Catalana
en 1906, llevó a Lerroux a separarse, formando el Partido Republicano Radical
(1908) y encabezando la lucha contra el creciente nacionalismo catalán.
Hubo de exiliarse
en varias ocasiones, primero para escapar a la condena dictada por uno de sus
artículos (1907) y más tarde huyendo de la represión gubernamental por la
Semana Trágica de Barcelona (1909). De vuelta a España, aceptó entrar en la
Conjunción Republicano-Socialista, con la que volvió a ser elegido diputado en
1910. Desde entonces se vio envuelto en una serie de escándalos que le alejaron
de su electorado barcelonés, entre acusaciones de corrupción (hasta el punto de
que hubo de cambiar de distrito, presentándose por Córdoba en 1914).
Bajo la dictadura
de Primo de Rivera (1923-30) su partido se vio debilitado por la escisión de
los Radical-Socialistas de Marcelino Domingo (1929). No obstante, continuó en
la política activa, participando en el comité revolucionario que preparó el
derrocamiento de Alfonso XIII y la proclamación de la Segunda República en
1931.
Bajo el régimen republicano desempeñó un papel político de primera fila. Formó
parte de la coalición de izquierdas que sostuvo las reformas del gobierno Azaña
durante el primer bienio (1931-33), en el que participó personalmente como
ministro de Estado (1931). Pero fue derivando hacia posturas de derechas que le
acercaron a la oposición, pasando en 1933-36 a formar parte de la mayoría
conservadora que accedió al poder; fue tres veces presidente del gobierno entre
1933 y 1935 y ocupó carteras ministeriales tan destacadas como la de Guerra
(1934) y la de Estado (1935).
Tras señalarse en
la represión del intento de revolución obrera de 1934, quedó de nuevo
desacreditado ante la opinión pública por el escándalo del estraperlo (un caso de corrupción ligado al
negocio del juego), que acabó por romper su alianza con la derecha y deteriorar
incluso su posición dentro del partido. En las elecciones de 1936 ni siquiera
salió elegido diputado y, cuando aquel mismo año estalló la Guerra Civil
(1936-39), prefirió ponerse a salvo en Portugal. Regresó a España en 1947.
(Francisco Franco Bahamonde) Jefe del Estado
español durante la dictadura de 1939-75 (El Ferrol, 1892 - Madrid, 1975).
Nacido en una familia de clase media de tradición marinera, Francisco Franco
eligió la carrera militar, terminando en 1910 sus estudios en la Academia de
Infantería de Toledo.
Ascendió rápidamente por méritos de guerra,
aprovechando la situación bélica de Marruecos, en donde permaneció destinado
entre 1912 y 1926, con breves interrupciones: en 1923 era ya jefe de la
Legión, y en 1926 se convirtió en el general más joven de Europa.
La brillante carrera de Francisco Franco continuó
bajo distintos regímenes políticos: con la dictadura de Primo de Rivera llegó
a dirigir la Academia General Militar de Zaragoza (1928); con la Segunda
República participó en la represión de la Revolución de Asturias (1934), fue
comandante en jefe del ejército español en Marruecos (1935) y jefe del Estado
Mayor Central (1936). El gobierno del Frente Popular le alejó a la
Comandancia de Canarias, puesto que ocupaba al estallar la guerra civil.
De ideas conservadoras, Franco valoraba sobre
todo el orden y la autoridad. Desconfiaba del régimen parlamentario, del
liberalismo y de la democracia, a los que creía causantes de la «decadencia»
de España en el siglo xx; su postura era representativa del grupo de
militares «africanistas» que veían en el ejército la quintaesencia del
patriotismo y la garantía de la unidad nacional.
Por tales razones Franco se sumó, aunque a última
hora, a la conspiración preparada por varios militares para sublevarse contra
la República en julio de 1936 (el día 17 en la Península y el 18 en África,
donde estaba Franco, razón por la que el régimen identificó más tarde esta
última fecha -el Alzamiento- como su momento fundacional).
Fracasado el golpe de Estado, se abrió una guerra
civil que duraría tres años y que llevaría a Franco al poder. Tras pasar el
estrecho de Gibraltar al frente del ejército de África, Franco avanzó por la
Península hacia el norte. El 1 de octubre de 1936, sus compañeros de armas,
reunidos en una Junta de Defensa Nacional en Burgos, le eligieron jefe
político y militar del bando sublevado.
Franco dirigió la guerra con criterios
conservadores, muy alejados de la guerra rápida que propugnaban las doctrinas
estratégicas modernas. La unidad impuesta en su bando contrastaba con los
enfrentamientos que desangraban al bando leal a la República; la disciplina y
la profesionalidad de sus fuerzas, con la politización y el voluntarismo de
sus enemigos; si a esto se une la ayuda militar que le prestaron la Alemania
nazi y la Italia fascista, puede explicarse la victoria que Franco consiguió
en 1939 (1 de abril).
Terminada la guerra civil, Franco impuso en toda
España un régimen de nuevo cuño, inicialmente alineado con los fascismos de
Hitler y Mussolini, que eran sus aliados e inspiradores. A pesar de ello, no
comprometió del todo a España en la Segunda Guerra Mundial (1939-45), pues,
dada la debilidad en que se encontraba el país, no consiguió de Hitler las
desmesuradas compensaciones que pretendía por su apoyo (entrevista de
Hendaya); tan sólo envió tropas voluntarias a combatir junto a los alemanes
contra la Unión Soviética (la División
Azul). Terminada la guerra con la derrota de las fuerzas
del Eje, aliadas de Franco, su régimen sufrió un cierto aislamiento
diplomático, pero consiguió mantenerse, rentabilizando su anticomunismo
radical en el contexto de la «guerra fría».
En lo político, Franco instauró desde el
principio una dictadura personal de carácter autoritario, sin una ideología
definida más allá de su carácter confesional (católico integrista), unitario
y centralista (contra toda autonomía regional o reconocimiento de
peculiaridades culturales), reaccionario y conservador (los partidos y los
sindicatos de clase fueron prohibidos). Copió de sus modelos fascistas la
idea de una jefatura carismática unipersonal (con el apelativo de Caudillo), de un partido único (elMovimiento Nacional) y de un vago corporativismo (sindicato vertical).
La represión de la oposición fue feroz (con unos 60.000 ejecutados sólo entre
1939 y 1945, continuando las ejecuciones políticas hasta 1975).
En lo económico, optó por una política de autarquía
que hundió a España en el estancamiento y el atraso, en contraste con la
recuperación que vivía el resto de Europa; sin embargo, la necesidad de
homologarse con los países occidentales y de reforzar la alianza con Estados
Unidos le llevó a una progresiva liberalización económica a partir del Plan
de Estabilización de 1959.
Los años sesenta -con los «planes de desarrollo»
y la influencia política del Opus Dei- fueron de rápido crecimiento económico,
industrialización, apertura y urbanización: las mejoras materiales
facilitaron el mantenimiento de Franco en el poder, a pesar del creciente
anacronismo de su régimen; pero también produjeron cambios sociales que
hicieron inviable su continuidad una vez muerto el general.
Desde 1969 Francisco Franco había institucionalizado
como sucesor al príncipe Juan Carlos, nieto del último rey de España (Alfonso
XIII); tal previsión sucesoria se cumplió tras la muerte de Franco el 20 de
noviembre de 1975, pero no fue acompañada de una continuidad política, ya
que, sin romper con la legalidad vigente, el nuevo rey promovió una
transición pacífica a la democracia.
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